Las Marías y el futuro de la yerba
La riqueza de Misiones, con su selva casi virgen, provocó la llegada de numerosos pioneros de los más diversos orígenes e instalaron los primeros molinos. Esto fue un indicio de que algo estaba cambiando. En ese entonces el producto semielaborado, solamente seco y canchado, se enviaba a Buenos Aires, Santa Fe y Rosario donde se molía y envasaba. La zona productora obtenía de ese modo una mínima parte de la riqueza que originaba dicha producción.
La resistencia de la planta de yerba a crecer bajo cultivo marco durante tres siglos sus condiciones de explotación. La lejanía siempre creciente entre las forestas naturales y los puntos de consumo hizo imposible a lo largo de los años toda forma de control que pudiera combatir la sistemática explotación de los trabajadores. En los obrajes yerbateros se vivía en condiciones deplorables, pero con aquellos pioneros del siglo XX algo comenzó a cambiar.
La selva ofrecía interminable abundancia de yerba la cual parecía no tener fin, pero en realidad un se estaba haciendo un gran daño a las reservas naturales, donde no solo se aniquilaba la yerba sino también la foresta mínima.
Estudios para fomentar el cultivo de la planta a través de la germinación habían sido olvidados por sus malos resultados. A pesar de esto, con gran esfuerzo lograron con el tiempo exitosas plantaciones con mudas traídas del monte, y la germinación seguía siendo el objetivo a lograr. Por fin luego de siglos de trabajos y esfuerzos, un español y un italiano en Santa Ana, Misiones, encontraron la solución revolucionando la región. Poco tiempo después se desarrollarían viveros extensivos y luego tanto terratenientes como colonos fueron poblando la región desde remotos orígenes, implantando miles de hectáreas en pocos años.
A partir de entonces la producción sufrió un cambio radical. La perdida de riqueza que significaba la importación de yerba había impulsado a las autoridades a sustituirlas por la producción nacional. Sin embargo cuando estos yerbatales comenzaron a producir miles de toneladas sobraban en el mercado. Brasil amenazo con cerrar nuestras exportaciones de trigo y además los precios de la yerba por la exagerada oferta eran muy bajos, por lo que numerosos productores cayeron en la ruina. La situación de emergencia era tal que las autoridades nacionales consideraron intervenir oficialmente en el sector para planificar su desarrollo futuro.
En este marco corriendo el año 1912 comienza a encontrar su lugar el establecimiento Las Marías en el departamento de Santo Tome región misionera de la provincia de Corrientes. Desde la época de los jesuitas nadie había intentado cultivar tan al sur. Tras varios fracasos y sin darse por vencido en el año 1924 Las Marías plantaba yerba en sus tierras. A diferencia de otros productores, Víctor Navajas dueño de dicho establecimiento se resistió a aceptar la asfixiante situación del mercado y las imposiciones oficiales. En 1930 debido al absurdo precio que pretendían pagarle las industrias (Rosario, Buenos Aires Y Santa Fe), decidió que molería y envasaría su yerba en su propio establecimiento. En 1911 se había terminado el ferrocarril que unía Posadas con la estación Federico Lacroze (Buenos Aires) y ese tren atravesaba los campos de los Navajas, pero aun así montar una industria en semejante lugar era una verdadera afrenta al sentido común.
En un principio los recursos disponibles para llevar a cabo dicho emprendimiento eran escasos. Disponían de un Ford T, el cual se convirtió en la fuente de energía del primer molino, una rueda móvil transformada en polea impulsaba precaria industria y un carro tirado por caballos que llevaba el producto terminado hasta el ferrocarril. La yerba se destaco rápidamente por su calidad que permitió superar las dificultades que imponía el mercado. Acercando el producto al consumidor capitalizaba todo el valor agregado. Las Marías seria la demostración viva de que la economía de mercado podía ser fuente de progreso social, al lograr un producto de calidad a un precio competitivo, garantizando al mimo tiempo la calidad del trabajo que hay detrás de ese producto y la calidad de vida de los trabajadores que lo fabrican.
Una década antes de que la ley lo sancionara, Las Marías ofrecía a sus empleados aguinaldo y vacaciones pagas. Aseguraba también a sus familias una vivienda digna, educación y cobertura de salud. Los costos extra que la empresa afrontaba al compartir la renta significaba una clara desventaja con del resto de los productores, pero como contrapartida, la dedicación y el compromiso de cada uno de sus miembros garantizaban una productividad y eficiencia que la compensaban ampliamente.
Sus plantaciones fueron las más productivas de la región. Al mismo tiempo fueron incorporando tecnología. La comunidad en torno al establecimiento crecía sin pausa: una escuela modelo para la región, un servicio medico con alta tecnología, condiciones de seguridad e instalaciones recreativas y deportivas propias de un campus universitario.
Durante la década de 1940 y 1950 comenzó a cultivarse te, a forestarse las zonas bajas en las que la yerba y el te no crecían, originando una industria maderera. En 1930 se dedico a la ganadería, actividad originaria del establecimiento y gesto una fundación (Fundación Victoria Jean Navajas) focalizada en la educación.
En los años que siguieron se multiplico por cien su producción convirtiéndose en el primer productor de yerba mate del mundo. A su marca Taragui se le sumaron Unión, Mañanita y La Merced en respuesta a las exigencias del mercado.
De esta manera queda plasmado como es posible el progreso para todos en el marco del desarrollo de una empresa moderna.
Revista: Caá Pora´í, el espíritu de la yerba mate
Autor: Pau Navajas
miércoles, 7 de octubre de 2009
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